Octubre es significativo en el pueblo y en estos tiempos recordamos con dignidad la historia 19 noviembre, 202211 enero, 2024 Octubre es significativo en el pueblo y en estos tiempos recordamos con dignidad la historia Por Ixmukane Choy Patzicía, 22 de octubre de 2002 Hoy, 78 años atrás, estas calles vieron de cerca las masacres de Patzicía, un enfrentamiento entre ladinos e indígenas que duró por lo menos cinco días. Recordar este episodio nos permite vernos en el tiempo y en comunidad, no se trata ya de guardar rencores, pero tampoco de olvidar la historia. En la primera parte del siglo XX, los kaqchikeles de Patzicía reclamaban un espacio de expresión política, la recuperación de las tierras en la zona de Nejapa y las tierras de B’alam Juyu’, así como la lucha contra la discriminación y el racismo dentro y fuera del municipio. Así, la revolución de 1944 se vivió diferente en el pueblo de Patzicía. El 22 de octubre como a las cinco de la tarde, ladinos e indígenas se vieron enfrentados en el parque. Fue aquí, donde se sabe, ocurrieron las primeras muertes de personas indígenas; luego, ladinos reunidos en una casa fueron asesinados por indígenas. A partir de este episodio, se generó una total agitación en el pueblo; después, vinieron el silencio, el sufrimiento y el miedo de ambas partes. En medio de la noche, muchas personas y familias huyeron a otros pueblos y aún hoy siguen resintiendo el tiempo que los llevó cambiar la vida fuera del pueblo. Otros salieron a buscar ayuda a los municipios vecinos y, en menos de cinco horas, estaban listos los machetes, las escopetas, las pistolas, y no hubo punto de retorno, la rebelión había estallado y la cruel respuesta venía en camino. Los líderes de la rebelión —indígenas— fueron encarcelados en la penitenciaría, que para ese entonces se ubicaba en la municipalidad. Días después, se ordenó el fusilamiento de aquellos subversivos responsables del levantamiento de Patzicía; fue así como en ese lugar las autoridades asesinaron a seis personas, los demás hombres kaqchikeles fueron llevados a Chimaltenango. Mientras tanto, la noche del 22 de octubre fue testigo de la llegada de ladinos de Zaragoza al pueblo; al amanecer del 23, también llegaron el ejército y ladinos de Chimaltenango, Antigua y otros municipios y, entonces, empezó la persecución. Las calles, las casas, los senderos, el monte, las montañas son testigos de la muerte de cientos de kaqchikeles. Fueron cuatro días de un episodio sangriento en que a los subversivos se les corrigió con la muerte. Los periódicos y la versión oficial del Gobierno resaltaron solamente que fue necesaria la fuerza y los mecanismos del Estado para el «control de la rebelión», y así se justificó la represión. El racismo envuelve todo un mecanismo de fragmentación hacia la comunidad, la vida y los cuerpos kaqchikeles. Hay relatos familiares que persisten en el tiempo; muchos hombres fueron vestidos con ropa de mujer, utilizaron el corte, el güipil y la faja de sus hermanas, madres o abuelas y hasta se pusieron aretes para no ser reconocidos; otros salieron de su casa con sus machetes y se despidieron de su familia como presintiendo la muerte, pero persiguiendo la vida; y algunos otros cavaron hoyos en la tierra y se escondieron por varios días, como cuando se siembra la milpa con la esperanza que al amanecer florezca. Ante el terror, muchos jóvenes, ancianos y niños huyeron al monte y a las aldeas, donde fueron alcanzados por la furia y la muerte, pero su historia no acabó allí, porque han dejado en su lucha la esperanza de estos tiempos. Los cuerpos enterrados en las fosas del cementerio Pachitol y entre el monte siguen vivos en la memoria, porque aquí no es permitido olvidar. Rememoramos las palabras de Francisco Bajchac y sus compañeros cuando, desde la cárcel de Chimaltenango, en 1945 —un año después de las masacres de Patzicía— pedían su libertad como un acto de humanidad y reiteraban su súplica de justicia. «Si ota’ kimaq» decía una mujer kaqchikel al recordar los hechos de 1944. Deseamos que las palabras, las memorias, la vida de cientos de kaqchikeles ahogadas entre las montañas Soko’ y B’alam Juyu’ regresen con tanta fuerza como la niebla que envuelve el pueblo cuando anuncia la lluvia. Post Views: 1,504 Comparte en sus redes: Memoria histórica
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