Cartas marcadas. Apuntes sobre microhistoria 7 diciembre, 202210 enero, 2024 Cartas marcadas Apuntes sobre microhistoria Marta Estela Gutiérrez Estos apuntes reconstruyen, en parte, las dinámicas internas de un sector de los revolucionarios radicalizados de los ochenta que formaron parte del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Intenta acercarse a las visiones del mundo de un puñado de guerrilleros plasmadas en cartas y comunicados y, desde ahí, observar lo heterogéneo del movimiento revolucionario del siglo XX en Guatemala. El conocimiento de fuentes hasta ahora desconocidas o no exploradas, la recuperación de la iniciativa de los protagonistas para continuar rompiendo el silencio y la emergencia en curso de interpretaciones críticas son necesarias para romper con el victimismo instaurado, base del sistema doméstico actual. Saber las circunstancias históricas concretas y generar el necesario distanciamiento en el análisis son vitales para situar en su justa dimensión a los personajes de un trozo de la historia. Iniciaré por el final, el cruce de comunicados entre la fracción de Mario Payeras con motivo de su rompimiento con la Dirección Nacional del Egp y la respuesta que esta organización escribió, tuve la oportunidad de leerlas curioseando entre los papeles de mi padre. Estaban escritas de tal forma que no correspondía con la experiencia vital de lo que para mí eran los guerrilleros y la guerra. Mi niñez había transcurrido en un pueblo polvoriento que fue ocupado por los militares. La escuela de aplicación que estábamos por estrenar cuando cursaba cuarto año de primaria en 1983 pasó a formar de las instalaciones militares que funcionaba en la Escuela La Alameda. Así que la escuelita debió seguir funcionando en los barracones de lámina, piso de torta de cemento y escritorios colectivos en que había funcionado hasta entonces, mientras se construían otras instalaciones del otro lado de la carretera. Dos tanquetas en el centro del pueblo, los soldados de franco y la reactivación sin precedentes de los burdeles cerca de la casa de mi abuela, la zozobra de no saber quién era el próximo muerto o desaparecido y las mañanas en que amanecíamos en cualquier sitio entre amigos, familiares y hoteles nos situaban ajenos a lo que decían esos papeles. Mucho después, conocí dos cartas y un comunicado de los frentes altiplánicos del Egp, cuando laboré en el 2007 para el Archivo Histórico de la Policía Nacional. La coordinadora de archivística fue quien me las mostró como parte de los hallazgos investigativos. Tal y como lo habíamos hecho en la Comisión del Esclarecimiento Histórico, volvimos a fotocopiar aquel legajo policial que se encontraba depositado en la colección del Cuerpo de Detectives. Los papeles formaban parte del equipaje que el comandante Camilo llevaba consigo el 7 de agosto de 1983, cuando fue asesinado en la zona 12 de la ciudad de Guatemala. Los detectives registraron los datos del cuerpo de Camilo sus pertenencias, la correspondencia consistían en: El comunicado de los frentes guerrilleros Marco Antonio Yon Sosa (Alta Verapaz), 13 de Noviembre (Oriente) y Augusto César Sandino (altiplano central) a la Comandancia, la Comisión Ejecutiva y la Dirección Nacional del Egp, con fecha junio de 1983. La carta escrita por Rolando Morán con el seudónimo CZ, como este solía abreviar Casimiro, dirigida a Vilo, otro de los seudónimos usados por Milton, aparece fechada en el Frente Guerrillero Ernesto Guevara (FGEG) el 13 de julio de 1983. Se trata de la respuesta del comandante en jefe con motivo del informe escrito y oral que Milton había rendido a Vicente, el emisario de la comandancia que formaba parte de la Dirección Nacional. La carta escrita por un salvadoreño que se identificó como Abel El Chucho dirigida a Camilo, que no aparece fechada, pero tuvo que ser antes del 7 de agosto de 1983 día del asesinato de Camilo. En el momento en que escribió la carta, Abel el Chucho había renunciado al Egp y se encontraba en su país natal como colaborador del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Alertaba a Camilo, en la carta, sobre la inevitable infiltración entre sus allegados y de la virulencia con que la Dirección Nacional del Egp podía resolver lo que se interpreta como una disputa de poder. Los tres documentos requirieron de consultas debido al uso de seudónimos para referirse a los lugares y personas. Después del asesinato de Camilo, Milton escribió una respuesta al comunicado oficial del Egp con motivo de la “expulsión” de Camilo y Milton y su “degradación” como comandantes de la agrupación guerrillera. La carta aparece con fecha 1 de diciembre de 1983 sin que incluya el lugar en que fue escrita. Consta de ocho páginas manuscritas que casi requirieron de la paleografía. En 2010, confiadamente Juana Brito Bernal, una de las primeras combatientes ixiles, compañera y madre del hijo de Milton, me la proporcionó en su casa temporal de los Proyectos 4-4 en la zona 6, antes de marcharse a los Estados Unidos. Durante estos años, he leído las cartas en varias ocasiones. Creo que un interés personal me cegaba. Yo quería encontrar algo sustancial en esas cartas, lo que los insurgentes reflexionaban sobre lo que estaba sucediendo en regiones azotadas por las matanzas de ese entonces. Digamos que mi deseo era que los insurgentes en 1983 ya estuvieran hablándoles a las futuras generaciones. ¡Imposible! Como se verá a continuación, las cartas retratan con frescura las visiones que existían dentro del Egp en ese momento trágico de la historia. Cómo empezar ¿Cómo darle contexto a las cartas y comunicados de 1983? Quise circunscribirme a 1981, el inicio de la ofensiva militar contra las incipientes organizaciones guerrilleras. Bien pude rastrear más atrás sobres los orígenes de aquellos que suscribieron las cartas y los nombres que en ellas se mencionan, pero he de conformarme con una mirada inmediata a los acontecimientos relacionados con la decisión del Egp de abandonar la ciudad a mediados de 1981, mientras caían asesinados y desaparecidos más de un centenar de militantes clandestinos, cuyos episodios fueron retratados en El trueno en la ciudad. Los miembros de la Dirección Nacional y decenas de militantes encargados de los aparatos urbanos de la organización buscaron refugio dentro y fuera de Guatemala. Muchos, incluyendo casi todos los miembros de la Dirección Nacional que se encontraban en el país, se desplazaron al altiplano central y se asentaron en Chupol, entre las comunidades Kiche’ al sur del departamento de El Quiché, zona que los insurgentes consideraban bajo su influencia y en la que recientemente habían decidido estructurar un frente guerrillero, el llamado ACS o Augusto C. Sandino. Ahí había una fuerte tradición de vida comunitaria indígena, comunidades eclesiales de base de la Teología de la Liberación, cooperativistas, sindicatos agrarios, centros de enseñanza indígenas, células de Nuestro Movimiento cuyos orígenes eran la Acción Católica Universitaria y también el febril trabajo organizativo del Egp, que hábilmente supo echar mano de la trama organizativa de las últimas dos décadas, incluyendo la intelectualidad indígena que se reunían en los Seminarios Indígenas, la elección de las Reinas Indígenas y las fiestas patronales de los pueblos. Ahí, en Chupol, Chichicastenango, se estableció a pasos forzados unos de los campos de entrenamiento guerrillero del Augusto C. Sandino, bajo el mando del comandante Camilo, a donde acudieron los indígenas de distintos pueblos y aldeas de la zona. El miércoles 25 de noviembre de 1981, un día antes que pudiera fugarse de sus captores, Emeterio Toj Medrano, militante del Egp, secuestrado y en poder del Ejército, tuvo dos encuentros importantes. Por la mañana estuvo cara a cara con el general y jefe del Estado Mayor del Ejército, Benedicto Lucas García, en el puesto de mando de la Escuela La Alameda. Como parte de los rituales de inversión realizados por inteligencia militar, el general le propuso a Emeterio Toj hacerse cargo del Inacop (Instituto Nacional de Cooperativistas), considerando sus inclinaciones personales por el desarrollo y la superación de los pobres y los indígenas. El secuestrado pudo presenciar cuando el general se marchó en helicóptero con un grupo de niños y un anciano que habían sido secuestrados de las aldeas. Horas más tarde de ese miércoles, Emeterio también estuvo en presencia del teniente coronel Byron Disrael Lima Estrada, pero ahora en el destacamento militar de Chupol, quien le mostró los objetos y papeles que el Ejército había recuperado de los insurgentes durante las operaciones militares en los que aparecía su nombre, según cuenta Cuando el indio tomó las armas. Un mes antes, el 20 de octubre de 1981, los miembros directivos del Egp refugiados en Chupol habían tomado la decisión de abandonar el lugar. La retirada duró varios meses y priorizó que se marcharan primero los ancianos, las viudas, los niños, las monjas y los miembros de la Dirección Nacional de la organización. Durante esos meses, se trabaron algunos combates entre la guerrilla y el Ejército, aunque la estrategia de los militares consistía en ensañarse contra las comunidades de linajes Mayas más que el combate directo contra los insurgentes que, a causa de sus mermadas fuerzas, solía también evadir el encuentro. Sin embargo, en una ocasión, el Ejército observó desde arriba uno de los entrenamientos insurgentes cercanos al Sucum, pero no buscó el combate. Por iniciativa de los guerrilleros al mando del comandante Camilo, se trabó el enfrentamiento como parte de las jornadas de entrenamiento. Inmediatamente, se dio la orden a los campesinos de retornar a sus aldeas para continuar la lucha pese a que las fuerzas guerrilleras seguían siendo frágiles, ya que contaban con unos cuantos pelotones mal armados y sin la suficiente preparación de los mandos intermedios para afrontar la embestida del Ejército. El escarmiento del Ejército contra las comunidades Mayas estaba alejando a la guerrilla de lo que hasta ese momento constituía su principal baluarte. Entre el último día de noviembre y el 1 de diciembre de 1981, un grupo de civiles urbanos refugiados en Chupol que se movía cerca de una unidad de la guerrilla fue detectado por el Ejército en las cercanías de Sacpulub. Al día siguiente, el Ejército presentó a la prensa los cuerpos de 13 guerrilleros muertos y a una niña herida que había sobrevivido. La adolescente sobreviviente se llamaba Abigail Morales Escobar, tenía 13 años y era hija de Salomón Morales Garrido y Lilián Aida Escobar Méndez. La casa de Guajitos de la familia Morales Escobar, una rama de la familia Morales Garrido, que había sido ocupada por inteligencia militar el 14 de agosto de 1981 junto a otras cinco casas de seguridad del Egp, como se lee en El Trueno en la ciudad. Pero ese martes 1 de diciembre en medio del enfrentamiento, además de Abigail, sobrevivió una de sus hermanas mayores, Claudia Roxana, con más o menos 18 años; también desaparecieron varios civiles provenientes de la ciudad, entre ellos la madre de Abigail y su hermano Byron Moisés de unos 12 años. El desenlace de las dos hermanas sobrevivientes fue trágico. El Ejército presentó a 13 combatientes muertos en un enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército en Chupol. Foto: El Gráfico, 2/12/1981 (portada). Ya para ese momento, el padre de la familia Morales Escobar, Salomón, se encontraba más cercano a los Camilistas que al resto de los miembros de la Dirección Nacional que ya habían abandonado la ratonera en la que se habían metido sin comprender la envergadura de la ofensiva militar ni las dinámicas locales de los linajes K’iche’s. Por eso, Claudia Roxana, la hija de Salomón y Lilián Aida – desparecida, sobrevivió un tiempo entre los insurgentes hasta el 29 de octubre de 1982, siendo la encargada de los Camilistas de una casa de seguridad en la ciudad, donde se mató con una pistola Colt calibre 45. ¿Qué había pasado? Ese día domingo 29 de octubre a las 10:40, una unidad del Cuerpo Motorizado de la Policía Nacional, en medio de una jornada de cateos coordinados por el Estado Mayor General del Ejército, tocó el timbre del apartamento No. 5 de la casa 25-25 de la Colonia Santa Elisa, zona 12, en la Avenida Petapa: “Una señorita abrió la puerta, pero de inmediato la cerró indicando que permitiría el ingreso en 10 minutos”, se lee en el parte policial. Inmediatamente, los policías escucharon una “detonación de bala en el interior” de la casa e informaron a sus superiores; se presentó al lugar el jefe del COE (Comando de Operaciones Especiales), Juan Francisco Cifuentes Cano, para encontrar “el cadáver de una mujer”, quien fue identificada por medio de una cédula emitida en el municipio de Morales con el nombre de Miriam Eugenia Méndez Calderón, según el informe policial. Abigail Morales Escobar fue presentada por el Ejército como sobreviviente de un enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército en Chupol, Chichicastenango. Quedó en poder del general Benedicto Lucas García, quien la llevó a su casa y la incorporó para que trabajara en el Estado Mayor de la Defensa. Foto: El Gráfico, 2/12/1981 (página 3). Por su parte, la hermana menor de la familia Morales Escobar, Abigail, quedó en poder del jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Benedicto Lucas García, quien supervisaba en persona las operaciones militares en el altiplano central. La adolescente fue operada, traslada a la Escuela de Kaibiles en Poptún e incorporada al Estado Mayor del Ejército, residió en la casa del general y posteriormente fue entregada a un orfanato, según informaron fuentes militares a la Comisión del Esclarecimiento Histórico. La respuesta del frente Augusto C. Sandino Antes de relatar la respuesta del frente Augusto C. Sandino ante la ofensiva del Ejército en el altiplano central, es necesario tener en cuenta el contexto de crisis interna del Egp. Una de las crisis más significativas durante los 25 años de existencia de la agrupación, no tanto por las desavenencias entre los personajes de la Dirección Nacional que venían de tiempo atrás; sino por las circunstancias históricas en que tuvieron lugar: el terror y las matanzas se habían apoderado de las ciudades más importantes y de vastas regiones del país. Las desavenencias internas estaban relacionadas con las distintas interpretaciones que se hacían sobre la dictadura de Lucas García y las posibilidades de triunfo revolucionario en Centroamérica y el ejercicio del poder a nivel interno y el papel de la comandancia. Las interpretaciones sobre la posibilidad de un desenlace de corto plazo para la toma del poder se habían impuesto con la consigna del 1 de mayo de 1980, con el llamado a derrocar a la dictadura. Las movilizaciones de masas, los malestares que existían dentro de la pequeña burguesía y la clase media, y el aislamiento internacional en que se encontraba el régimen alimentaban aquel ímpetu revolucionario. Esto llevaría, en detrimento de otros caminos, a una serie de decisiones a nivel de la dirección del Egp. Pero ¿cuál era la composición de la Dirección Nacional? En noviembre de 1980 se había ampliado con nuevos miembros el órgano de dirección de la agrupación con la incorporación de los exsacerdotes jesuitas Fernando Hoyos y Enrique Corral; Alba Estela Maldonado o Lola, proveniente de la lucha estudiantil de los sesenta; Víctor López o Vicente, proveniente del Grupo Cráter[1]; Milton, originario de San Miguel Chicaj en Baja Verapaz, y Camilo, miembro de una familia de parcelarios de Las Cruces La Gomera. Continuaban en sus funciones Mario Payeras o Benedicto; Otoniel Recinos o Sergio; Ricardo Ramírez más conocido como Rolando Morán, y Celso Humberto Morales o Tomás, fundadores de ascendencia comunista, así como Gustavo Meoño o Manolo y Willy Cruz o Mariano provenientes del Grupo Cráter. En medio de esa reunión de Comitán, se tomaron una foto en la que aparecen todos, con excepción de Mario Payeras, la que apareció posteriormente en un medio local cuando se firmaron los Acuerdos de Paz en 1996. Entre otras cosas, en ese encuentro se formó una Comisión Ejecutiva que quedó integrada por cuatro de los dieciséis fundadores del Egp: Rolando Morán, Celso Humberto Morales, Mario Payeras y probablemente, también Mario Domínguez o Aparicio. También se dispuso a iniciar la formación de una compañía de fuerzas permanentes en la selva del Ixcán y la promoción del entrenamiento coordinado con las demás agrupaciones guerrilleras. Alrededor de mayo de 1981, resurgieron con más fuerzas las diferencias en cuanto a las interpretaciones sobre la coyuntura y lo que correspondía hacer al Egp en ese momento. La mayoría de los miembros de la Dirección Nacional que se encontraban en Guatemala se inclinaba por un triunfo revolucionario en el corto plazo, por lo que participaron en reuniones en distintos lugares del país con el propósito de formular sus razonamientos para responder al comandante Rolando Morán. En una carta, Rolando Morán les había planteado abiertamente “el aventurerismo, la precipitación, el triunfalismo pequeño burgués” que los estaba dominando y ponía en duda las posibilidades de triunfo no solo en Guatemala, sino en El Salvador y el desenvolvimiento de la revolución nicaragüense; hacía un llamado a corregir los errores y métodos de trabajo en función de la Guerra Popular Prolongada. Desde este punto de vista, la coyuntura había que considerarla como la oportunidad para continuar con el desgaste del régimen dictatorial, pero no su derrota, recuerdan varios de los sobrevivientes. Para ese momento, los acontecimientos avanzaban vertiginosamente en contraste con las discusiones internas y la tardanza de las comunicaciones dentro de la organización. Se había impuesto en la subjetividad la posibilidad del triunfo a corto plazo, con una mirada que se alimentaba del creciente proceso organizativo y de la incorporación masiva en la ciudad y en el campo a las guerrillas como respuesta al terror estatal. A lo interno del Egp, se habían desoído las críticas formuladas por el comandante Morán. Se continuaron tomando algunas decisiones, como la separación de la Dirección Nacional de un veterano de la guerrilla que había cometido una infracción a la moral revolucionaria, pero que posteriormente ingresó a Guatemala para ayudar en el entrenamiento a los “pelotoncitos” del frente Augusto C. Sandino. Por otro lado, el cuestionamiento más directo había sido la designación de Mario Payeras como segundo de a bordo de la Comisión Ejecutiva, un cargo que hasta entonces no existía dentro de la agrupación, recuerda uno de los sobrevivientes. Desde 1979, el comandante Benedicto, uno de los seudónimos de Mario Payeras, había dejado los altos Cuchumatanes por motivos de salud. Él era una pieza clave de la Dirección Nacional, y, estando en la ciudad, se convirtió en el responsable militar del Frente Urbano Otto René Castillo, al mismo tiempo que se desempeñaba como miembro de la Comisión Ejecutiva ya citada. Este fue el marco en que salió a luz pública el frente Augusto C. Sandino con un repertorio de sabotajes y propaganda en el altiplano central el mismo día en que se celebraba el segundo aniversario de la revolución nicaragüense, 19 de julio de 1981. Con la formación del Augusto C. Sandino, se estimaban la participación masiva de los campesinos pobres e indígenas en la lucha armada, el control de la carretera Interamericana y la extensión desde el sur de Sololá y el Quiché, atravesando el río Motagua hasta Rabinal, Baja Verapaz. Las proyecciones abarcaban la movilización de unas 5 mil Fuerzas Irregulares Locales -una estructura organizativa del Egp a nivel de aldea- y un número no despreciable de al menos unos 25 mil campesinos alzados, protagonistas de la insurrección campesina a las puertas de la ciudad. La formación del ACS implicó que las tramas y estructuras organizativas del Comité de Unidad Campesina formaran parte del grueso del recién creado frente, quedando de esta forma subordinadas al entusiasmo o a las necesidades de la lucha armada. En ese momento, la fuerza militar permanente del frente Augusto C. Sandino era pequeña, no sobrepasaba 45 a 60 personas, la mayoría hombres, casi todos armados, más algunos revólveres en manos de los campesinos. Pretendía abarcar una vasta extensión del territorio altiplánico, que incluía 38 municipios con alta diversidad ecológica y lingüística, bastante poblado y con irregularidades en el terreno, entre montañas, barrancos, hondonadas, bosques y colinas secas y ríos caudalosos, como el Motagua, que dificultaban el desplazamiento en general. Las masacres y la destrucción de decenas de aldeas indígenas por parte del Ejército, cuando recién se perfilaba una ofensiva insurgente, obstruyó definitivamente los planes del Egp. El repliegue insurgente iniciado en octubre de 1981 derivó en el dislocamiento del proyecto revolucionario por parte de las comunidades indígenas y campesinas. Cuando, a principios de 1990, desinteresadamente escuché con atención las narraciones de los sobrevivientes en el altiplano central, estas iban de la mano de las atrocidades cometidas por el Ejército y el abandono guerrillero sin distinciones meticulosas de las fracciones insurgentes. Mientras que los militantes citadinos del Egp abandonaban el sur del Quiché, la dirección del frente guerrillero Augusto C. Sandino dispuso una serie de medidas inmediatas que buscaban recobrar la iniciativa operativa de la guerrilla en la zona y la salida efectiva de los miembros de la Dirección Nacional y otros militantes urbanos. Fueron los sobrevivientes y combatientes del pelotón con que contaba el ACS, junto con las milicias locales, los encargados de la ocupación de varios pueblos y la destrucción de algunas municipalidades en Sololá (28 octubre), Zacualpa (15 noviembre), Tecpán (16 de noviembre), Joyabaj (18 de noviembre), Patzicía (26 de noviembre) y Santa Cruz Balanyá (28 de noviembre), entre otros. Los insurgentes de las localidades tenían sobradas razones, incluso históricas, para querer destruir a los potentados anticomunistas de los pueblos que ostentaban el poder de las municipalidades, ya que jugaban un papel activo en el reclutamiento de la mano laboral para las plantaciones y continuaban aprovechándose de los bienes comunales. En Tecpán, previo a que los guerrilleros destruyeran la municipalidad y asesinaran al alcalde Catalino Galindo Marroquín y a otros dos civiles, el ambiente político era ya hostil; se señalaba al alcalde Galindo Marroquín de haber coordinado con la Policía Judicial el asesinato de Basilio Cuá, su principal oponente político en la contienda electoral por la municipalidad, en representación de la Democracia Cristiana, y el asesinato del sacerdote Alberto Gálvez Girón, que en los días anteriores había respaldado en las homilías las luchas de la Comisión Local de Defensa de los Derechos Comunales del Astillero. Esta comisión aglutinaba a la segunda generación de estudiantes de la Asociación de Profesionales Indígenas de Tecpán, a los miembros de la Agrupación Nuevos Horizontes y el Círculo Cultural Tecpaneco Ixmucané, así como las cabezas de los cuatro cantones del pueblo y las aldeas. En otras palabras, existían múltiples agravios o circunstancias locales que facilitaban la realización de los sabotajes, pero el objetivo inmediato de la agrupación guerrillera era recobrar la iniciativa y asegurar la evacuación de sus militantes del Sur del Quiché, acosado por la ofensiva del Ejército. Con el mismo propósito, se organizaron lo que se conoció como “Patrullas de Penetración”, con las cuales se buscaba establecer contacto con otros frentes, continuar con el desarrollo del frente Augusto C. Sandio y recuperar la presencia insurgente en la ciudad y, así, distender la presencia militar en el en la zona. Una patrulla penetradora se dirigió con destino a Rabinal, que formaba parte del desarrollo del frente Augusto C. Sandino, ya azotado por las matanzas; otra patrulla se dirigió para el Quiché con la misión de establecer contacto con el frente Ho Chi Min en el territorio Ixil; la tercera patrulla penetradora se dirigió hacia el volcán de Pacaya con el propósito de ingresar por el sur de la ciudad capital, y el trazo que debía seguir consistía en atravesar las montañas de Tecpán, Patzún y alcanzar el filo entre Patzicía, Itzapa y Acatenango, pero fue aniquilada por el Ejército en Patzún; por último, la cuarta patrulla de penetración, cuyo destino era Chuarrancho para ingresar por el norte de la ciudad capital, debía atravesar por las tierras bajas de Tecpán, San José Poaquil y San Martín Jilotepeque y, de ahí, continuó por Santo Domingo Xenacoj y San Juan Sacatepéquez, donde quedó encharralada durante casi dos semanas muy cerca de la Escuela Politécnica, llegó a la ciudad en la Navidad de 1981, según uno de los testigos. Mediante los llamados “Comandos Urbanos”, unidades especiales que contaban con recursos, independencia y eficacia operativa para combatir a las fuerzas gubernamentales en la ciudad, el Egp, pretendía obligar al Ejército a moverse del altiplano nuevamente a la ciudad. En ese momento, el Estado Mayor del Ejército delegó las funciones de vigilancia de la ciudad a la Policía Nacional y a los escuadrones y grupos paramilitares encargados de la detención y desaparición de los insurgentes clandestinos, y los esfuerzos castrenses estaban concentrados en el altiplano con un plan sistemático de matanzas para recuperar el control sobre vastos territorios con la estructuración de la Patrullas de Autodefensa Civil. Durante el tiempo que permaneció una de las “patrullas de penetración” en San Martín Jilotepeque, de donde era originario uno de sus integrantes, y antes de su arribo a la ciudad de Guatemala, realizó emboscadas al Ejército y, en algunas ocasiones ya de regreso en las comunidades sanmartinecas, procedió a ajusticiar algunos orejas. Sin embargo, cuando el Ejército ingresó el 20 de noviembre de 1981 a la aldea Pachay Las Lomas con 400 soldados, dos tanquetas y cañones, la patrulla guerrillera se escondió. La aldea se había convertido en área de descanso del comando Otto René Castillo. El escarmiento del Ejército fue atroz. Agarró a dos patojas, todos los soldados que pudieron hicieron uso de ellas en un campito donde había pasto para ganado y que se había usado para realizar entrenamientos insurgentes, recuerda uno de los sobrevivientes. Las versiones de la aldea recuerdan que fueron cinco las mujeres que el Ejército agarró ese día. Desde lejos, la patrulla guerrillera se limitó a observar lo que sucedía. Por la noche, el capitán del Ejército gritaba “salgan, hijos de la gran puta”, “salgan a combatir, culeros”. Al siguiente día, los soldados agarraron a una de las patojas ultrajadas el día anterior y la metieron a un helicóptero. Subió el helicóptero y, a través del altoparlante, el Ejercito llamaba a la rendición: “Atención, atención, subversivos ríndanse, ríndanse”. Desde arriba, soltaron a la mujer desnuda amarrada de las piernas. Ante la presencia castrense, nadie la pudo auxiliar y sobrevivió dos días más. Cuatro miembros de la patrulla guerrillera intentaron huir hacía la aldea vecina de Sacalá Las Lomas; entrando iban a las cuatro de la mañana cuando se percataron que el Ejército iba encima de la aldea. Terminaron escondiéndose junto a las familias del lugar, desde donde observaron a los militares pasar de casa en casa. Las casas ya se encontraban vacías, sus moradores se habían refugiado en el monte. Los soldados iniciaron, entonces, a quemar las casas, matar a balazos a los chuchos, cargaron los camiones con el botín: gallinas, coches, cortes y güipiles, piedras de moler, maíz, frijol. El capitán gritaba “¡Guerra, salgan hijos de la gran puta!”. El Ejército no tenía certeza de que una patrulla guerrillera se encontraba en la zona; de lo contrario, habría peinado el terreno durante las dos semanas interrumpidas que ocupó la aldea. Los militares entraron a Pachay Las Lomas en 80 ocasiones en escasos once meses, contaba Delfino Chali, el encargado de las operaciones locales de del Egp. Los intentos de formación de los frentes guerrilleros en el altiplano central en función de la guerra de guerrillas y el asalto al poder en el corto plazo no contaron necesariamente con el respaldo de los comandantes y los órganos de dirección de las distintas agrupaciones guerrilleras, como se verá más adelante. El consenso de los jefes insurgentes determinó en ese momento que los frentes principales se encontraban en las zonas fronterizas del país, pero, cuando fue necesario, los comandantes acudieron a los frentes altiplánicos para reclamar, durante la repartición de recursos y armamento, las cuotas que le correspondían a cada agrupación según el supuesto número de combatientes que engrosaban sus filas. Acercarse a lo que sucedió dentro de las guerrillas, en medio de la vida clandestina, resulta importante para ponderar en qué consistía la “amenaza insurgente”. Esta supuesta “amenaza” fue usada por el Ejército para justificar la masividad del terror estatal. El general Alejandro Gramajo en su libro De la guerra a la guerra, consideró que la amenaza insurgente se proponía fraccionar el territorio nacional, ya que estos realizaban gestiones diplomáticas ante México y Francia para que estos países reconocieran el occidente indígena guatemalteco como una zona liberada por los guerrilleros. He leído en varias oportunidades los textos publicados de Mario Payeras, el jefe en el terreno del Egp, en esa época en Guatemala, y no encontré ningún razonamiento explícito acerca del propósito de fraccionar la geografía guatemalteca que conocemos. Carta de Rolando Moran dirigida a Milton, julio 1983. Fuente: Archivo Histórico de la Policía Nacional Civil, Cuerpo de Detectives. La llamada “autocrítica” En medio de la tragedia y de las matanzas, el Egp intentaba resolver la crisis interna. Se realizaron dos encuentros en Nicaragua, uno en agosto y otro en noviembre de 1982. Durante el primer encuentro, Mario Payeras expuso los acuerdos y medidas que ya se encontraban en marcha y presentó los resultados de más de medio centenar de reuniones que sostuvo entre junio y septiembre de ese año relacionadas con el proceso de unidad y la formación de un grupo de notables de oposición al régimen. Por su parte, Camilo y Milton informaron de los asuntos relacionados con la reorganización de las fuerzas militares permanentes, así como lo que sucedió con el equipo militar del que se habían hecho cargo con el fin de trasladarlo hacia el frente fronterizo Comandante Ernesto Guevara, pero que terminaron distribuyeron entre todos los frentes. A la reunión de la Dirección Nacional de noviembre, ya no asistieron Camilo ni Armando. Ambos habían salido de Guatemala a finales de octubre de 1982 para participar en el evento, se lee en la carta escrita por Milton el 1 de diciembre de 1983, pero fueron atendidos únicamente por el comandante en jefe, mientras que los demás miembros del órgano de dirección continuaban con la plenaria en otro sitio. De esa reunión de noviembre salió el “Comunicado Extraordinario”, en el que la Dirección Nacional plasmaba la autocrítica del Egp. La autocrítica se enfocó en señalar la pérdida de coherencia entre el pensamiento de la organización y los acontecimientos de 1981: el frentismo, el triunfalismo, la irrupción de tendencias ideológicas ajenas a la organización, como el pensamiento religioso, el indigenismo, el estilo amplio de masas y “como rasgo de descomposición, tendencias lumpen” refiriéndose a los Camilistas, la sustitución de la Guerra Popular Prolongada por una visión optimista y subjetiva de corto plazo basada en la coyuntura, la ausencia de orientaciones de orden político, la falta de presupuestos adecuados a las necesidades y las debilidades logísticas en los frentes guerrilleros. Los miembros de los frentes altiplánicos de las Verapaces, el oriente y el altiplano central se pronunciaron a mediados de 1983. En el comunicado que estos enviaron a los órganos de dirección del Egp, usaron un lenguaje directo, aunque entrecortado por las dificultades de la escritura y el lenguaje, en el que plasmaron la disputa clara entre los miembros de la Dirección Nacional que se encontraban en Guatemala y los que se encontraban en el exterior. Comunicado de los frentes altiplánicos dirigido a la Comandancia, Comisión Ejecutiva y Dirección Nacional del Egp. El comunicado fue escrito después de una serie de reuniones realizadas entre enero y febrero de 1983 que concluyó con una reunión plenaria que tuvo lugar entre el 13 y el 16 de junio. Ahí participaron los directivos del frente 13 de Noviembre, situado en la zona oriental, la plana mayor del Marco Antonio Yon Sosa de Ata Verapaz, el Augusto César Sandino del altiplano central y Yago, el nicaragüense —cercano a Armando—, como sobreviviente del Frente Urbano, pero que no suscribió el comunicado en concordancia con que el frente urbano había sido acabado a mediados de 1981. En el comunicado se lee que durante esa reunión plenaria Camilo y Milton habían informado a los frentes de las contradicciones existentes en el seno de la Dirección Nacional y de su expulsión y degradación del Egp. Sabiendo que los argumentos centrales que han motivado la expulsión se dicen son: el divisionismo y la insubordinación de los dos compañeros comandantes y del Cro. Capitán Armando [empieza la misiva de los frentes guerrilleros]. Por la carta de Abel El Chucho se sabe que la comandancia pretendía tratar la expulsión de Camilo y Milton sin involucrar a los debilitados frentes guerrilleros ni hacer tanto ruido, pero la reunión del 13 al 16 de junio de 1983, convocada por Camilo, tenía el propósito inverso y buscaba, según se lee en el comunicado de los frentes guerrilleros, encontrarle una solución de unidad a la problemática interna de la organización y “no prestarse al juego del enemigo, que siempre se aprovecha de nuestras debilidades”. En el comunicado de los frentes, se admite la “insubordinación” de los dos comandantes y se presentan las “razones justificables” que motivaron la situación: El grado de entendimiento de los compañeros del exterior con los del interior ha sido pobre mutuamente, ejemplo de ello son: El haber repartido el dinero destinado a las estructuras militares. Pudo haber afectado en mayor grado los planes globales de nuestra Organización, pero en las condiciones graves que se encontraban los frentes, era inconsecuente no hacerlo. La atención y orientación a los frentes. Al no concretizarse la llegada de los compañeros de la Comisión de Trabajo recurrimos solamente a ellos, dado las necesidades y urgencias de los frentes, a lo que ellos respondieron consecuentemente. Traslado de la tropa: Los compañeros DFs de MAYS [Dirección del Frente Marco Antonio Yon Sosa], les consta el haber hecho todo lo posible para el traslado de la tropa hasta HUE en espera de coordinación, lo que no llegó (sic). Pudieron haber otros incumplimientos de esa naturaleza, por los cuales se expulsa a los compañeros, pero nosotros estamos seguros que una de las limitaciones fue el haber atendido a los frentes en todos los aspectos, solamente los tres compañeros, lo que les absorbió el tiempo [el tercero de los compañeros era Armando]. [… ] consideramos que no hay suficientes argumentos que justifique la expulsión de los compañeros […] tomando en cuenta la trayectoria revolucionaria de cada uno de ellos. Estamos conscientes de no tener una visión del conjunto de la Dirección Nacional, pero sostenemos esta posición, mientras no tengamos una verdadera explicación fundamentada de parte de ustedes. Los tres frentes solicitaron en el comunicado que la Dirección Nacional revisara la decisión de la expulsión de Camilo, Milton y Armando; se convocara, pues, a una reunión de la Dirección Nacional y de los representantes de los frentes para discutir la problemática, así como la realización de una “Asamblea General” y no una Conferencia Guerrillera, como se había establecido dentro del Egp como parte de la tradición comunista de algunos de sus fundadores. Los frentes solicitaban con urgencia la presencia de la Dirección Nacional en Guatemala o, al menos, el arribo de la Comisión de Trabajo para que asumiera la dirección sobre la base del conocimiento directo de la coyuntura actual. Pedían que se les enviaran los recursos económicos para el cumplimiento de los planes generales de la organización, se definiera el papel de cada uno de los frentes en la nueva coyuntura y se revisaran todas las estructuras de la agrupación, incluyendo las del campo internacional. El comunicado termina diciendo que Camilo y Milton continuaban siendo “nuestra Dirección Nacional”, mientras que este papel no lo asuma el colectivo de la Dirección Nacional, que se encontraba en su mayoría en el exterior. El 13 de julio de 1983, el comandante en jefe, Rolando Morán, usando el seudónimo de CZ o Casimiro, escribe una carta dirigida a Vilo, seudónimo de Milton. Fue suscrita en el FCEG (Frente Comandante Ernesto Guevara), que operaba en la zona fronteriza mexicana. En la carta, el comandante Morán reclama los motivos por los cuales Camilo y Milton se negaron a enviar a un delegado para que participara en la preparación del encuentro de la Dirección Nacional, así como el incumplimiento de ambos, pese haber confirmado su presencia a la reunión plenaria de la Dirección Nacional de junio de ese año. Se sabe, por el comunicado de los frentes altiplánicos ya citado, que al mismo tiempo que la Dirección Nacional se reunía en el frente fronterizo, Camilo y Milton hacían lo mismo con los frentes guerrilleros altiplánicos. El comandante en jefe desde inicios de 1983 quiso realizar una reunión con Camilo y Milton para revisar los avances después de la reunión de noviembre de 1982 en Nicaragua, según se lee en la carta que Rolando Morán envió a Milton el 13 de julio de 1983. En esa misma carta, Rolando Morán, aseguró que después de ocho meses del encuentro de Nicaragua no se habían cumplido los planes previstos. Por el contrario, las divergencias internas estaban “resurgiendo con más fuerza y ahora tenemos un cuadro diferente a lo que esperábamos, a lo que todo el pueblo esperaba de nosotros”. El tono en que Rolando Morán es de reproche: Han pasado meses de estira y afloje, en tanto que la distancia entre ustedes y nosotros se ha ido haciendo más grande, los actos, y quién sabe si no también los propósitos se han ido haciendo distintos. Nos hemos sentido muy apesadumbrados con las cosas que están ocurriendo en la organización. Con las murmuraciones, los comentarios, las calumnias y actos de violencia que circulan contra nosotros, como si no fuéramos miembros de una misma organización y combatientes de un mismo ejército. […] En cambio creo que difícilmente has oído de mi parte chismes, comentarios despectivos o deformaciones de la conducta o personalidad de otra gente, porque he vivido las crisis de otras organizaciones, y sé a dónde van a parar esas cosas. Me da mucha tristeza que ahora ocurran en el seno del Egp, nuestra querida organización. Y mucho más pesar me da saber que la campaña de desprestigio que se lleva a cabo contra nosotros, sembrando divisionismos en nuestras filas y obstruyendo el camino a una integración sobre bases nuevas y la rectificación de viejos errores, ha sido avalada por ti. Como tú decías en tu última carta, parece que nos tenemos menos confianza cada día, y eso es muy doloroso. Desde el segundo semestre de 1981, Mario Payeras encabeza junto a casi la mayoría de los miembros de la Dirección Nacional residentes en Guatemala, a excepción del comandante Tomás, Lola y Sergio, un abierto cuestionamiento al comandante en jefe. Se le reclamaba el peso unilateral que tenía en la política que los cubanos seguían para Guatemala, y sus ausencias prolongadas por un viejo padecimiento a causa de la tuberculosis y el licor. A mediados de junio de 1981, Gustavo Meoño y el comandante Antonio se encontraban en Cuba como cuadros adjuntos de Mario Payeras y de Gaspar Ilom, respectivamente —que en ese momento se encontraban en la ciudad capital— con el propósito de tratar la unidad de los revolucionarios guatemaltecos. Ambos se esforzaron por hacer ver a los cubanos que la guerra continuaba y que necesitaban su apoyo. Insistieron en la importancia que tenían los análisis realizados por quienes se encontraban dentro de Guatemala como ellos, y no únicamente los criterios de Rolando Morán, que en ese momento residía en Cuba. El comandante Antonio o Eduardo Aguilera, con un doctorado en París, caería en combate en los días siguientes de su retorno de Cuba en una de las casas de seguridad de Orpa donde se encontraba el puesto de mando, y Gustavo Meoño, sobreviviente del Grupo Cráter, solicitaron un encuentro con Manuel Piñeiro, el responsable del Partido Comunista cubano, para atender las relaciones con los movimientos revolucionarios de América Latina. Este encuentro nunca fue pactado ya que los cubanos mantuvieron la posición de no atender individualmente a nadie, apostaban por la unidad de las fuerzas guerrilleras y no iban a respaldar ningún fraccionalismo dentro del Egp y, en todo caso, el canal confiable era el comandante Rolando Morán. En 1983, como se evidencia en la carta de Milton y el comunicado de los frentes altiplánicos, la crítica retomaba algunas de las discrepancias existentes entre los miembros de la Dirección Nacional que se encontraban en el exterior y los pocos miembros de la Dirección Nacional que aún seguían en Guatemala, ya que la mayoría se habían desplazado a los frentes fronterizos o habían salido del país. No sabemos concretamente a qué se refería el comandante Rolando Morán cuando hablaba en la carta dirigida a Milton sobre “las murmuraciones, los comentarios, las calumnias y actos de violencia que circulan contra nosotros”, pero se deduce, en todo caso que existía un abierto cuestionamiento al comandante en jefe y su gente más cercana. Cuarenta años después, es inevitable no reconsiderar las alertas de Rolando Morán sobre el desenvolvimiento de los procesos revolucionarios en Centroamérica. La respuesta de Milton, fechada el 1 de diciembre de 1983, permite complementar el cuadro. Es cierto, escribió Milton que “nosotros” habíamos exigido que miembros de la Dirección Nacional ingresarán a Guatemala. Estos se negaron y solicitaron un encuentro en otro lugar: Nosotros no nos opusimos, aunque no estábamos de acuerdo ya que era y es obligación de ellos entrar al interior de los diferentes Frentes. Sin embargo, aceptamos nuestra salida, aunque no del momento en que ellos nos proponían, por las razones siguientes: Realización de reunión plenaria con las DFs: FACS-MAYS-13 N, operativos de recuperación económica. Estos son los dos puntos fundamentales que nos llevó a retrasos a la reunión con ellos. Eso ocurrió en el mes de junio (sic). A mediados de julio de 1983, Milton viajó al otro lado de México y cuenta en la carta que cuando llegó algunos miembros de la Dirección Nacional “se sorprendieron”, pues “no nos esperaban”, pero no aclara quién o quiénes eran sus acompañantes. Durante los días de espera, a través de Vicente, el seudónimo de Víctor López, originario de Gualán, Zacapa y procedente de grupo Cráter, Milton logró comunicación con el comandante en jefe, de quien recibió “dos míseras notas llenas de críticas”, probablemente una de ellas fue la carta fechada el 13 de julio, que formaban parte del equipaje de Camilo el día de su asesinato. La carta escrita por Rolando el 13 de julio y dirigida a Vilo, o Milton, confirma que Vicente fue el emisario que facilitó la comunicación de este con el comandante. Vicente había informado detalladamente y de forma oral a Rolando Morán sobre las explicaciones dadas por Milton al no asistir a la reunión de la Dirección Nacional de junio de 1983: sobrecarga de compromisos, falta de tiempo y dinero y problemas de seguridad, por lo que Rolando Morán en la carta cuestiona una por una cada una de esas explicaciones: Que cómo así, Vilo, Ustedes también dicen que no vinieron los dos por los problemas de seguridad que existen y por las dificultades para conseguir papeles. ¿Cómo es posible compadre que ustedes digan eso cuando hace poco nos escribieron ofreciéndonos seguridad y papeles a toda la CE [Comisión Ejecutiva] y a mí? También nos dicen que llegas tú solo en base a los acuerdos de N.O. [Nuevo Orleans para referirse a Nicaragua] Cómo es posible compadre que ahora se hable de los acuerdos de la N.O. [Nicaragua], cuando casi nada de lo ahí acordado se ha cumplido. […] recibimos de parte tuya por escrito, y ahora verbalmente a través de Vicente, las seguridades de que el propósito de ustedes es resolver los problemas y encontrarles un camino común y unido a los problemas internos y a la vez de esto, llegan compañeros que trabajan con ustedes a N.O. [Nicaragua] diciendo que existe una nueva comandancia en el Interior, que si no se arreglan las cosas con nosotros ustedes dividirán a la O. [Organización], buscarán a otras organizaciones para entrar en la URNG, y que ya han empezado gestiones internacionales para obtener recursos y mantenerse por separado? ¿Cómo es posible compadre que ustedes digan que han tenido muchos problemas económicos cuando han recibido dinero de parte de la DN desde NC [Nicaragua] y después de parte nuestra directamente? ¿Cómo es posible que tengan tantas limitaciones cuando la compañera Miriam que salió hace dos meses de KT [ciudad capital de Guatemala o Frente Urbano Otto René Castillo] a conseguir dinero, contó a sus colegas en N.Y. [Nueva York para referirse a México] que sólo ella había conseguido cerca de 300 mil dólares para ustedes no hace mucho? Yo no me explico que tú que escribiste un testamento para Tohil, que es un código de moral revolucionaria, no te des cuenta de estas contradicciones y todos estos contrasentidos. Aún más, no me explicó como no te das cuenta que por más esfuerzos y sacrificios que se hagan, sin una línea correcta y sin una organización estructurada, sin un funcionamiento de principios coordinado y único, y sin una política de unidad con todas las organizaciones revolucionarias de nuestro país, no se podrá ganar la guerra (sic). La versión de Milton en la carta del 1 de diciembre de 1983 confirma que, durante su estadía del lado mexicano, a través de Vicente, procedió a entregar los informes correspondientes de los frentes, el comunicado ya aludido fechado en junio de 1983 y un informe verbal que duró dos horas, durante las cuales Vicente, el que servía de enlace con el comandante en jefe, tomó notas. Además, dice que dejó: El informe general de finanzas hasta el mes de mayo. Contenía el dinero recibido de la comandancia, hasta finales de febrero que fueron los últimos centavos que recibimos de ellos. Lo recibido en concepto de solidaridad del exterior y lo recuperado por nosotros aquí en el interior. La visita de Milton concluyó, según la carta que este escribió, cuando el comandante en jefe, a través de Vicente, el emisario, le mandó a informar que “nos darían respuesta de nuestro informe y su decisión”. Milton ingresó a Guatemala el 22 de julio de 1983. La carta del comandante Morán a Milton del 13 de julio de 1983 confirma lo que aparece en el escrito de Milton del 1 de diciembre, en los siguientes términos: […] te escribo todo esto para decirte que mi preocupación es grande porque realmente no veo suficiente interés de parte de ustedes en solucionar los problemas internos que tenemos. Si lo tuvieran, Herminio [seudónimo de Camilo] hubiera venido junto contigo, como mandaron a decir a N.O [Nicaragua]. Ante esta situación nosotros tenemos que volver a discutir el asunto. No podemos ya, como habíamos decidido, salir la CE [Comisión Ejecutiva] para esta reunión. Tenemos que reunirnos, y lo haremos inmediatamente, para discutir y resolver qué es lo que debemos hacer ante la nueva situación que ustedes nos han presentado. Queremos ser muy objetivos. Mucho nos ayudará si nos envías con Vicente [seudónimo de Víctor López] los informes y otros materiales que ya anunciaste. Por nuestra parte enviaremos la respuesta tan pronto hayamos llegado a una conclusión. La próxima comón [comunicación] resumirá nuestra opinión colectiva. Te pido pues, esperar nuestra resolución. Verdaderamente este retraso no es responsabilidad nuestra. Pero antes de abandonar el lado mexicano, Milton fijó dos contactos más con Vicente, uno para el 10 y otro para el 15 de agosto de 1983 del lado mexicano. A estas alturas, estaba claro que Camilo y Milton habían dejado de obedecer al comandante en jefe. Después de la reunión de agosto de 1982, habían quedado excluidos de los encuentros de la Dirección Nacional de la organización. Quizás su salida fue como su llegada, forzada y precipitada como lo sugiere Mario Payeras en el comunicado del 12 de febrero de 1984, al referirse a que la incorporación de ambos había sido el “resultado de presiones y manipulaciones […] y la práctica habría de demostrarlo crudamente, que carecían de la necesaria formación política e ideológica”. Desconocemos si Camilo respondió por escrito al comandante en jefe o sí recibió la visita de algún emisario, pero sí sabemos que estaba al tanto de los resultados de la visita de Milton a la frontera mexicana, cuando fue acribillado el 7 de agosto de 1983 en una casa de seguridad de la zona 12 en la ciudad de Guatemala. El asesinato de Camilo Sobre el asesinato de Camilo hay más de una versión. La primera versión fue dada por el Ejército al día siguiente. El legajo encontrado en el Archivo Histórico de la Policía Nacional muestra que las cartas que formaban parte del equipaje de Camilo, especialmente, la carta de Abel El Chucho, fue la base para que la institución policial al mando del coronel Hernán Orestes Ponce Nitsh, a través de un boletín de prensa, inculpara del asesinato a sus propios camaradas. La escena del crimen fue descrita por la policía en los siguientes términos: El día 7 del presente mes, entre las 22:00 y 23:00 horas en los alrededores de la 4ta. Calle y 5ta. Avenida de la zona doce, se sucedieron consecutivamente dos (2) balaceras, una aproximadamente a las 22:00 horas y la otra a las 23:00 horas [… ] se tuvo conocimiento por información de los vecinos, que tripulantes de dos (2) vehículos desconocidos, se encontraron en ese sector, de uno de los vehículos descendió una persona de sexo masculino, la que fue atacada desde el otro vehículo, así también el auto que tripulaba y sus acompañantes que se retiraron precipitadamente del lugar. El peatón ya herido corrió sobre la 6ta. Avenida y entre 8ª y 9ª calle se detuvo, posiblemente para refugiarse en unos promontorios de tierra, frente a la casa No. 8-56, donde fue alcanzado y asesinado a tiros por sus perseguidores, inmediatamente abandonaron el sector a bordo de un carro gris. Las fuerzas de seguridad posteriormente realizaron un rastreo, encontrando únicamente el cadáver de un individuo de complexión física fuerte, un poco gordo, de aproximadamente 40 años, con bigote, cabello semiondulado, presentando siete (7) impactos de bala en diferentes partes del cuerpo […] (Cuerpo de detectives / GTPN 50, 08/08/1983). Algunos simpatizantes de Camilo se resisten a dar credibilidad al parte policial. ¡Abandonar a Camilo! ¡Traicionar a Camilo! es lo que sugiere el parte policial. No, ¡habrían resistido o muerto juntos! Camilo era temerario al permanecer en la ciudad en esos años. Varios de sus compañeros se encontraban ya en Nicaragua, algunos fueron encarcelados por el régimen sandinista de entonces. El Egp había iniciado la evacuación de la ciudad desde mediados de 1981. Desde entonces, inteligencia militar llevaba adelante una cacería sistemática de secuestros y desapariciones, y se interpreta que habían logrado penetrar el círculo de confianza de Camilo. Existe consenso en las versiones de los protagonistas que Armando pudo haber sido infiltrado o cooptado por Ejército años atrás. Este participó seguramente en el operativo en que fue asesinado Camilo y también pudo haber colaborado en las operaciones que facilitaron la destrucción de la Unidad Militar Permanente de la organización entre julio y agosto de 1981, que se relata en el Trueno en la ciudad. ¿Quién era Armando? Interesa responder a la pregunta porque, como se habrá dado cuenta el lector, Armando aparece en las cartas como uno de los personajes cercanos a Camilo y a Milton. El trio junto a Juan Antonio formaban parte en ese entonces de la cabeza del frente guerrillero Augusto C. Sandino. Empecemos con Milton o Vilo: uno de los seudónimos de Saturnino Valey, originario de San Miguel Chicaj en el departamento de Baja Verapaz. No era un advenedizo como se ha creído hasta ahora, se había asociado a la guerrilla a mediados de los sesenta en su tierra natal, había sido testigo dentro de los ixiles (frente Ho Chi Min) de dos levantamientos reivindicativos indianistas dentro de la guerrilla. En la única carta que conocemos, Milton trata con extrañamiento a sus antiguos camaradas de la guerrilla; Juana Brito Bernal lo imagina muerto, se enfada cuando otros exmilitantes aseguran que lo vieron salir de instalaciones militares colaborando para el Ejército. Camilo y Herminio eran unos de los seudónimos de Carlos Enrique López Alvarado, quien provenía de una familia de parcelarios de la costa del Pacífico con linaje en el oriente guatemalteco. Dentro de la estructura guerrillera fue trasladado del frente de la costa sur al altiplano central, donde fue el responsable militar del Augusto C. Sandino. Armando y Manuel eran los seudónimos de un joven salvadoreño de origen popular y sencillo capaz de escribir documentos de análisis, comunicados, participar en un operativo y resolver asuntos médicos o logísticos, recuerda Gustavo Meoño, que lo reclutó a mediados de 1970 junto a un grupo de estudiantes de la Facultad de Humanidades empeñado en la creación de la Escuela de Psicología de la Universidad de San Carlos. Había llegado a Guatemala huyendo de la represión de su país, donde formaba parte de la Asociación General de Estudiantes de la Universidad Nacional de El Salvador y de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), cuyo hermanamiento con el Egp venía de los primeros años de 1970, cuando el Fpl rompió con el Partido Comunista Salvadoreño. Ya como militante del Egp, Armando formó parte de las fuerzas militares de élite de la ciudad, primero de la Comisión de Operaciones, luego de la Unidad Militar Permanente dirigida por Mario Payeras y, posteriormente, de los Comandos Urbanos. Armando y Juan Antonio influían decisivamente en Camilo y Milton, principalmente a raíz de la confluencia entre los miembros del Egp (Camilo, Milton y Armando), y aquellos que se habían incorporado más reciente a la misma organización, pero provenientes de Nuestro Movimiento, como Juan Antonio. Adrián Guerra era el nombre legal de Juan Antonio, exestudiante de la Escuela de Comercio y que, como universitario, sobresalía por su radicalización. Al interpretar la impronta de la guerra, se separó de la iniciativa de Edgar Palma Lau, junto a otros 26 cuadros profesionales con recursos, equipo y un margen intolerable de independencia. Después de algunos intentos finalmente en noviembre de 1980, el grupo fue incorporado al Egp de forma individual como militantes profesionales con responsabilidades y remuneraciones determinadas, relata uno de los sobrevivientes. Pero retomando lo que sucedió el 7 de agosto de 1983, ese día inteligencia militar había ocupado previamente la casa de la zona 12 a la que llegó Camilo. Al percatarse de la situación, Camilo intentó huir, pero fue baleado por la espalda. Las versiones difieren sobre quiénes se encontraban en la casa ese día. Una de las versiones asegura que ahí vivían Roxana y sus dos hijos, es decir la familia de Juan Antonio, en ese momento prisionero y acusado de pertenecer a la Contra nicaragüense.[2] La segunda versión relacionada con el asesinato de Camilo sostiene que en la casa de la zona 12 se encontraban Brenda (seudónimo), o Francisca Vásquez, una combatiente sacapulteca, y otra mujer con sus dos hijos, dato que coincide con la presencia de la familia de Juan Antonio en esa casa. Todos fueron capturados y desaparecidos el mismo día que mataron a Camilo, pero los partes policiales de ese día no dicen nada con relación a los secuestros. Sin embargo, en la carta, Milton dice que Brenda cayó dos días antes que Camilo, es decir, el 5 de agosto de 1983. El asesinato de Camilo el 7 de agosto interrumpió los contactos fijados por Milton del lado mexicano para el 10 y 15 de agosto. Pero Milton cuenta en la carta que logró retomar los contactos con la organización vía Nicaragua a través de Rita, Silvia Solórzano, compañera en ese entonces de Camilo. Se fijaron dos contactos, uno para finales de agosto y otro para mediados de septiembre de 1983, pero “no recibimos respuesta hasta la fecha”, es decir hasta el 1 de diciembre, cuando Milton terminó de escribir la carta. Al restablecer los contactos clandestinos, Milton pudo moverse por la ingenuidad o por un interés oculto y perverso de colaborar con el Ejército, como escribió el Egp el 15 de agosto de 1983. O sencillamente era el viso de una esperanza que se aprende en la sobrevivencia. El extrañamiento La carta de Milton es de ocho páginas manuscritas, su tono reclama camaradería y humanidad, advierte la duda política y la autoría. Inicia diciendo: No los voy a tratar de individuos ni de personas, sino de compañeros. La razón está en que todos somos humanos de carne y huesos […] No somos de piedra y muchos menos “Santos”. Ambos necesitamos respeto […] Estarán de acuerdo conmigo de que entre revolucionarios no debería existir hipocresía, demagogia, oportunismo, cobardía y muchos menos promotores del fraccionalismo, divisionismos y usarlo como lo usó Pilatos ante Jesús y ante el pueblo, cometiendo grandes injusticias y discriminación como lo han hecho con nosotros hasta en los últimos momentos de nuestra expulsión. Inmediatamente, Yo, Milton ante la caída del inolvidable compañero, valiente Guerrillero Comandante Camilo. Tengo la triste, desgraciada e histórica responsabilidad de darle respuesta al comunicado especial, con mis puños y letras y usando mi propio lenguaje. El comunicado especial del Egp trata de la expulsión. Según Milton, es un escrito que “está lleno de grandes e insoportables calumnias, maniobras, pretextos y justificaciones”. Desde el punto de vista de Milton, el fraccionalismo estaba siendo usado por la Dirección Nacional y el comandante en jefe de forma discriminatoria con el fin de consumar la expulsión. Hay momentos en que la carta de Milton pierde el tono personal y pareciera que es el relato de una crónica que duró más de un año entre agosto de 1982 y 1 diciembre de 1983. Después, nadie da fe de lo que sucedió con él. En la segunda página de la carta aparece la inconformidad con el trato que estaban recibiendo de la comandancia. Dice, “el tono de las comones [comunicaciones] entre la comandancia, era cada vez más aguda”. Ante la presión que se siente en el trato, estos solicitan una reunión a la comandancia, que les fue negada, pero Milton sigue hablando de las comunicaciones: “El tono de las comones entre la comandancia fue de mal en peor, a partir de enero a febrero del 1983”. A través de la carta de Milton, el lector percibe que este recela la dureza del trato. No era un buen subordinado. Pero las circunstancias lo llevaron a recordar el pasado: […] nunca quedarnos con la boca cayada y mucho menos aceptar las grandes injusticias que nos ha tocado vivir desde que nos unimos en su organización, desde que conocimos de las FAR en el mes de marzo de 1964, tanto yo, Camilo, Jorge, Alejandro, otros tantos más. Vivimos el tiempo más largo de injusticia y discriminación […] […] Ya se olvidaron de los dos levantamientos que hicieron en el Frente Ho Chi Min, en contra de ustedes, cuando el inolvidable comandante Mariano y el internacionalista Carlos, asustados y pálidos de lo que en ese entonces sucedía. Nuestros hermanos campesinos indígenas exigían su presencia inmediata para conocerlos, quiénes eran su DN [Dirección Nacional]. Pedía sustitución de algunos y otros fusilamientos. Yo y Camilo como cuadro del Egp, supimos defender el papel de ustedes […] porque el pueblo no es ciego, ni sordo, no siempre se puede burlar de un pueblo. Nos conocemos mucho como para poder decir la verdad de cada uno de ustedes y del mío propio de los errores y deficiencias y así como de las cualidades. Pero nadie está a salvo de errores (sic). Aunque persisten las fisuras entre los que se encontraban en el exterior y los que residían dentro de Guatemala, el tono ya no es colectivo, ya no es la exigencia del ingreso de la Comisión de Trabajo y envío de recursos, ya no es la disputa. Se ha consumado el rompimiento con la muerte de Camilo, entonces ya la inflexión del recuerdo, de la voz, del ritmo. Toma lugar la distancia. Ya no es nuestra organización, sino “en su organización”. Finalmente, Milton ha aceptado la expulsión, pero se resiste aceptar la “degradación”: Yo y mis compañeros, aceptamos nuestra expulsión […] Su deshonrosa degradación, eso sí, no lo aceptamos en ningún momento. Por la sencilla razón que nuestros grados los hemos ganado pegados al pueblo, haciendo organización, construyendo, reconstruyendo y lo hemos ganado en campos de batalla en contra del enemigo feroz. Hechos que algunos de ustedes como DN [Dirección Nacional] no han enfrentado lo que significa terreno militar (sic). Las cosas se han roto. También el comandante Rolando al escribir pierde el lenguaje de la camaradería y habla de un nosotros diferente: La “situación que ustedes nos han presentado” y en “la próxima comón resumirá nuestra opinión colectiva” o “este retraso no es responsabilidad nuestra”. Observar la discusión después de casi cuarenta años por medio de las cartas nos plantea más de un camino. Una posibilidad es buscar la empatía con algunos de los suscribientes y, por tanto, pretender la semejanza y contigüidad con ellos a través de las actitudes, los rituales, los gestos y las interpretaciones actuales. Necesitamos comprender cómo es que hacemos grupos, fracciones, sectas. Para ello existen otras rutas, quizás más nobles y no por ello menos interesadas o escépticas. El derecho a contrastar. Observar lo que hace cuarenta años a causa del ambiente de la época, los suscribientes no fueron capaces de develar dominados por el miedo a la traición, a la sublevación y a la violencia proveniente de los propios camaradas. Los suscribientes de las cartas estaban envueltos en una dinámica en que todos y ninguno tenía la razón. Ni la respuesta militar apresurada que exigía que todos estuvieran en Guatemala, ni la respuesta militar ordenada, controlada y planificada de una vanguardia, ni la unidad de las agrupaciones políticas que han soñado con la revolución podían y pueden abarcar el mosaico de la que está hecha la sociedad guatemalteca. Primera página de la carta escrita por Milton fechada el 1 de diciembre de 1983. La expulsión y aceptación de la expulsión, pero no la degradación, fue el punto culminante de un proceso subterráneo de extrañamiento entre unos y otros. Extrañamiento cuya explicación puede encontrarse en las distancias reales que existían y existen en la sociedad guatemalteca, cuya dilatación se agravó cuando el Estado usó el terror masivo como la principal arma de la política. Al hacer el balance que explica la ruptura de Mario Payeras con la Dirección Nacional del Egp, en el comunicado del 12 de febrero de 1984, el grupo de Payeras traslada su visión sobre los Camilistas: La insubordinación de Camilo y Milton no plantean ninguna alternativa política ni militar, ni sus gestores se preocupan siquiera en explicitarla. Es un conflicto de poder peligroso, no porque ningún militante encuentre identificación con esa conspiración sórdida, sino porque Camilo y Milton se pueden apoderar de estructuras mediante una especie de golpe de Estado, y subordinar con el aparato a sectores importantes de combatientes y de población. Lejos de abrir una expectativa política, la actitud de Camilo y Milton no encuentra la mejor audiencia […] Como es de todos conocidos, Camilo y Milton aprovecharon en forma delictiva el poder y recursos que se depositó en sus manos, para insubordinarse contra toda la DN, intentar colocarse como los máximos jefes militares, impulsar sus propios frentes y dividir a la organización. Los insurgentes mencionados en las cartas formaban parte de una trama de poder y de autoridad. Los llamados “insubordinados”, seguramente no tan letrados como los citadinos, intentaron proveer una explicación y pidieron respuestas, “exigimos” se lee en la misiva de los frentes guerrilleros. Es el vínculo aún del subordinado que pide, que exige. Pero al final del escrito el tono había cambiado, se trataba de resolver por sí mismos con el “grito de guerra”. El repliegue definitivo de los insurgentes a las zonas fronterizas, el fortalecimiento del frente internacional y la unidad forzada de las agrupaciones insurgentes facilitada por los cubanos y nicaragüenses en 1982, con lo que inicialmente se llamó la Unidad Revolucionaria Guatemalteca, ya inauguraban otra época. La confrontación entre los insurgentes y el Estado y su Ejército continuó hasta diciembre de 1996; pero el sueño de tomar el poder con el uso de las armas para transformar la sociedad se había quedado atrás hacía quince años. Más allá de las desobediencias domésticas de Camilo y Milton, se inauguraba otra época. Eran las vísperas de la pacificación de Centroamérica y el ascenso de los civiles como administradores del poder político, con el respaldo decidido de la comunidad internacional, especialmente de Estados Unidos. No sabemos qué habría pasado si hubiera prosperado lo que Milton escribió: “pegados al pueblo” en medio de las matanzas. Quizás esas preguntas no habría incluso que hacerlas por inoportunas. Si estuvieran vivos Camilo y Milton los buscaríamos para escuchar su versión y adentrarnos a saber si fue el crimen, el engaño o su condición lumpen y bandolera los que en realidad los movió hacer lo que hicieron ellos y sus seguidores. A veces me temo que para comprender esa época es insuficiente recurrir a los hechos en sí mismos. Aunque reconstruyéramos todos los hechos que contravinieron la llamada “línea”, que no es más que un proceso intelectual artificioso que consiste en ideas elaboradas por un grupo de la organización y “hechas suyas por los cuadros para llevarla a la práctica”, no bastaría, porque se retrataría al simple militante, y no a los hombres que concurrieron a una confrontación en la que cualquier previsión estratégica de los insurgentes que hubiera sido llevada a la práctica como se previó en los papeles no habría correspondido con la verdad. Camilo y Milton, Pedro Atz, Felipe Chalí y José Cupertino o Ixbalanqué —los catequistas propiciadores de la movilización sanmartineca — y Julio Iboy —el exsacerdote que inició con la Orpa y que fue uno de los propiciadores del levantamiento de Sololá— han sido ignorados como personajes incómodos en las narrativas existentes de una época trágica y dura. Por la carta del comandante Rolando Morán, sabemos que Milton escribió un testamento para su único hijo, Fidel Tohil. No conocemos el contenido, pero, en la tradición Maya, Tohil es el dador del fuego y de las artes a las tribus cuando salieron de Tula, tributario de la guerra y de los sacrificios humanos, y Fidel, el inolvidable comandante cubano. La exigencia de los “insubordinados” planteada a la comandancia Egp sobre la importancia de basarse en “el conocimiento real de nuestro pueblo” no fue incorporada a la autocrítica ni a la crítica. En la carta del 12 de febrero de 1984, el comandante Benedicto mantenía un tono instrumental bajo el concepto de las “bases de apoyo” en función del foco guerrillero: es necesario realizar un profundo trabajo político y de organización entre las masas urbanas y rurales, en función de desarrollar la fuerza de conjunto del movimiento de masas, y en particular, y de manera inmediata, para que las masas rurales adquieran la consistencia necesaria para constituirse en bases de apoyo estratégicas, capaces de resistir, sortear y superar durante un período largo, las inevitables embestidas del enemigo. Los comandantes Rolando y Benedicto venían de círculos comunistas, eran profesionales de la revolución y apelaban a un instrumento organizativo de vanguardia, que requería el establecimiento de jerarquías. La insubordinación era un problema de poder, de unos que ordenaban y otros que habían dejado de obedecer las órdenes, pero las jerarquías disponibles de la vanguardia eran las mismas que habían configurado a la sociedad guatemalteca y fueron las que se activaron en los primeros años de los ochenta: caudillismo, discriminación, y fraccionalismo, miedo enloquecido a la traición y cierto temor a todo aquello que no se encuadrara debidamente dentro de las estructuras bien definidas de la organización. La ortodoxia vanguardista encabezada por Mario Payeras estaba en lo correcto al considerar que el Egp en esa época no era una vanguardia, sino “todos éramos miembros de lo que en realidad era un movimiento, genérico en sus postulados y en sus categorías de participación”. Sin embargo, la solución planteada por Payeras era dudosa. En 1984 se pretendía iniciar un proceso de rectificación que permitiera recobrar la “coherencia política real”. ¿Cómo planteaban Payeras recobrar la ansiada coherencia? Con la formación de “una columna vertebral comunista al interior del Egp”; es decir, la formación de una élite de revolucionarios formados al calor de los principios leninistas de organización. Pero el registro mental de Milton, según se lee en la carta, era menos doctrinal, lineal y elitista. A Milton le importaba la experiencia del hombre que intentó algo y al no funcionarle quiso volver a intentarlo; del que se equivocó y no lo corroe la culpabilidad; al que le tocaron la sangre y quiere venganza. De los que buscan una salida, de los que les asiste la razón de los “esfuerzos y sacrificios”. La ausencia de batallas o los fracasos en las contiendas no necesariamente llevan a la derrota. En 1981, si las fuerzas insurgentes guatemaltecas fueron diezmadas no se debe a la ausencia de batallas ni siquiera al hecho de que fueron expulsados fácilmente por el Ejército de los territorios que habían sido considerados escenarios de la lucha guerrillera o, simplemente, el abandono de zonas de sublevación indígena y campesina. La derrota de los revolucionarios guatemaltecos ha sido el resultado de la incomprensión de lo que sucedió, el silencio y el desconocimiento de la moral y espíritu de los pueblos guatemaltecos, forjados al calor de la renta agraria, el yugo racista, militar y religioso. La hermenéutica indígena de los mensajes de la Teología de la Liberación, la guerra de guerrilla y el desarrollismo fueron componentes de una cadena de levantamientos comunales ante el terror estatal, que aún hace falta terminar de armar a la manera de un rompecabezas de la historia reciente. Masivamente, los indígenas se pegaron a las fracciones insurgentes para defenderse de los crímenes estatales. Este elemento defensivo ha sido escasamente atendido para comprender la relación entre los revolucionarios y las comunidades indígenas. Se ha preferido privilegiar la función racional de los cambios microeconómicos, las tramas organizativas, la lucha económica y contra la opresión, el papel de la Teología de la Liberación y, en general, el pensamiento lineal y cronológico ha buscado explicar el vínculo, incluso masivo, entre comunidades indígenas y los guerrilleros previos a las matanzas. El encuentro abrumador entre las comunidades y las guerrillas se dio en medio de las incursiones y las masivas operaciones punitivas de los militares contra las aldeas y las familias indígenas. Los revolucionarios guerrilleros, sin la capacidad militar ni el arraigo sociocultural entre las comunidades, no pudieron reforzar el armamento casero con que las comunidades afrontaron las matanzas, como las hondas y bodoques, piedras, machetes, barricadas, trincheras, bombas pirotécnicas y chile que se habían usado antes para repeler a la Hacienda Pública. Para 1982, las distintas fracciones guerrilleras, y no solamente el Egp, habían abandonado el altiplano central como escenario de la lucha política. Desde inicios de los setenta, la Comil (Comisión Militar) del Partido Guatemalteco del Trabajo (Partido Guatemalteco del Trabajo) trabajaba organizativamente entre los campesinos y profesionales indígenas de la zona, particularmente del municipio de Patzún, que sería más tarde el epicentro de Pgt Álamos, que ayudó articular a núcleos de intelectuales kaqchikeles que infructuosamente intentaron resistir y hacer frente a los asesinatos, matanzas y desapariciones forzadas; alejándose finalmente de las fracciones guerrilleras que oficialmente constituyeron la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca en 1982. En su momento, los miembros del Pgt Álamos, fueron señalados por las agrupaciones guerrilleras reconocidas por la historiografía, como racistas y sectarios por obstaculizar su ingreso entre los patzuneros, por considerar que habían abandonado a las comunidades en plena ofensiva militar del Ejército. La Orpa, por su parte, en el proceso de constitución como organización independiente de las Fuerzas Armadas Rebeldes, realizó trabajo clandestino de reclutamiento de militantes como lo relata Santiago Boc Tay en Memoria del Tajumulco, pero no fue sino hasta 1980 cuando envió un pelotón a la boca costa chimalteca, y a principios de 1981 se formó el frente número cinco en la altiplanicie de Chimaltenango y Sololá, pero para 1982 la pequeña fuerza militar se había replegado nuevamente a la boca costa al frente Javier Tambriz, informaron sus dirigentes a la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Cuando el Ejército lanzó la ofensiva en el segundo semestre de 1981 en el altiplano central, las Far tampoco contaba con fuerzas militares capaces de enfrentar la embestida, tenía en su poder unos dos fúsiles M-16 y el resto eran armas para cacería, rifles y escopetas, que sumaban alrededor de 20 y los combatientes entre hombres y mujeres sumaban 90, la mayoría sobrevivientes de las primeras masacres. Con el ingreso accidentado de un pequeño lote de fusiles se dio por formada la columna Tecún Umán el 15 de agosto de 1982, teniendo como epicentro la aldea Chuatalún en San Martín Jilotepeque. El cargamento llegó a la ciudad de Guatemala en un carro prestado por una de las organizaciones salvadoreñas, con las respectivas placas extranjeras y el piloto experimentado era un antropólogo suramericano. Se preveía realizar tres o cuatro entregas del mismo tipo, pero la falta de eficiencia logística apenas permitió la primera entrega. Se habían fijado tres contactos en la ciudad de Guatemala. No funcionaron los primeros dos contactos, ya que los lugares seleccionados habían sido objeto de sabotajes por el Frente Popular 31 de enero del Egp. Funcionó el tercer contacto, con lo que inició el traslado del cargamento hacia San Martín Jilotepeque. Antes de llegar a su destino, el vehículo se empotró no solo porque iba sobrecargado, sino que en época lluviosa el tránsito se realizaba por caminos lodosos de difícil acceso. Se intentó sacar el carro a puros piochazos, al no lograrlo procedieron a destapar el buzón de armas, trasladar a pulmón las armas que pudieron, quemaron el carro, abrieron un gran hoyo y finalmente enterraron el vehículo. Casi inmediatamente, el comandante Juan, primer responsable de la columna Tecún Umán, decidió que la pequeña fuerza militar abandonará el norte de Chimaltenango rumbo a la sierra de Chuacús y la Sierra de Chamá hasta alcanzar Petén, donde se encontraba el frente principal de las Far. El comandante Juan o Mario Robles, había sido militante estudiantil de la ciudad, miembro de la juventud comunista y de las primeras Far y, a finales de los sesenta, participó en un intento fallido de formación de una columna guerrillera en las Verapaces. En el trayecto de retirada de la columna Tecún Umán, la ofensiva del Ejército los obligó a constantes repliegues hacia la boca costa, y algunos de sus miembros, entre ellas Francisca Mutzutz Jacobo y su grupo, ella sobreviviente de la masacre de Sacalá Las Lomas y combatiente hasta las últimas, pasaron a formar parte del frente Javier Tambriz y del Frente Unitario. Querámoslo aceptar o no, era inevitable que el elemento identitario formara parte de las desavenencias internas dentro de las fracciones y entre las agrupaciones guerrilleras reconocidas por la historiografía, más allá de las aulas universitarias. Alguna vez, el capitán Ixbalanqué, un influyente joven catequista, llamado José Cupertino, que adquirió el nombre de guerra de un dios Kiche’ y no el del héroe nacional Tecún Umán que distinguía la columna guerrillera de su organización, había expresado abiertamente a los revolucionarios citadinos que “Nosotros estamos haciendo una prueba con ustedes”, como queriendo indicar que existía otro proyecto que no necesariamente era idéntico al de los revolucionarios profesionales que dirigían las guerrillas. Como dirigente del Pgt Álamos, el comandante Gonzalo mantuvo cara a cara un lío con el capitán Ixbalanqué, antes de su secuestro y desaparición en 1983. El primero se encontraba desarmado y en medio de la virulencia conminó a Ixbalanqué diciéndole: “Si me matás mátame, no hay problema; si vos crees que yo soy el enemigo mátame y si vos sos ladino mátame”, sabiendo que también Ixbalanqué era Kakchiquel y que aquello podía disuadir la virulencia de la discusión, como efectivamente sucedió, con relación al ingreso de las Far a algunas comunidades de Patzún, sobrevivientes en ese entonces ya de las masacres. La comprensión actual se encuentra más clara ahora que antes. El dominio racista ha sido el eje estructurador y movilizador de las relaciones sociales en Guatemala, dejando de lado si es secundaria o primaria la contradicción que ocupó a los intelectuales en el siglo pasado. Sin el racismo, es imposible comprender la servidumbre, el bloqueo agrario indígena, el reclutamiento laboral forzoso para las plantaciones, el asesinato y la desaparición de casi todos los miembros de los comités y sindicatos agrarios y el descabezamiento de las cooperativas de producción agrícola y textil en el occidente indígena en los ochenta. En todo caso, el proceso de extrañamiento que atravesaron las agrupaciones insurgentes en los ochenta no es la distancia que necesita el analista para comprender un fenómeno o el artista para la creación. Visto como fenómeno social, es el camino del destierro, de la separación y el negarse a hacer las cosas como han sido ordenadas. Negar las diferencias en cuanto a la visión del mundo es no querer aprender. Asusta porque nos hemos dejado de reconocer como semejantes. Alienta porque, al volver al pasado por medio de las cartas, en realidad lo que intentamos es imitar una realidad que ya no existe como tal, pero que trata de sucesos que pasaron y pueden estar volviendo a suceder. *Marta Estela Gutiérrez es antropóloga guatemalteca. Investigadora social, autora de estudios fronterizos y de historia inmediata. [1] El Grupo Cráter estuvo compuesto por adolescentes de la clase media y pequeña burguesía que estudiaban la secundaria en distintos colegios privados católicos, que eran gestionados por congregaciones misioneras como los Maryknoll (Colegio Monte María) y los Maristas (Liceo Guatemala). La visión misionera facilitó que varias generaciones de estudiantes pudieran involucrarse en la proyección social hacia comunidades indígenas y pobres de Guatemala. Muchos de los estudiantes, pero también monjas y religiosos estaban o más adelante jugaron un papel activo en el movimiento revolucionario guerrillero de los sesenta. [2] Al quedar salir libre de las cárceles nicaragüenses, Juan Antonio retornó a Guatemala y fue secuestrado el 22 de julio de 1988 en la zona 5 capitalina, cuando era miembro de la Coordinadora de Estudiantes Universitarios Avanzada, que sustituyó a la Asociación de Estudiantes Universitarios y funcionaba clandestinamente para protegerse del terror estatal; su cuerpo apareció cinco días después con señales de tortura. Post Views: 2,762 Comparte en sus redes: Genocidio
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